Arrepentimientos
Muchos se arrepienten de las cosas malas que hicieron. Yo me arrepiento de haber ido a terapia.
Sí, aunque cueste creerlo. Porque desde entonces solo siento una necesidad constante de ser entendida, de ser escuchada. Y yo no quiero eso.
Solo quiero obedecer la voz. Esa voz que me acompaña en silencio, que me llena cuando tengo el estómago vacío, que me sostiene cuando todo lo demás se derrumba.
Esa voz siempre está. Ría o llore, no se va. Me recuerda —día tras día— lo insuficiente que soy. Lo gorda. Lo fea. Lo imperfecta.
Y me exige. Siempre exige.
Y yo, yo solo puedo responderle con obediencia. Porque cuando no lo hago, el castigo es peor.
Me arrepiento de haber ido a terapia porque me hizo blanda. Me hizo débil. Me hizo creer que merecía compasión, descanso, aceptación.
Pero no.
Cada día tengo que exigirme más. No puedo abandonar la imagen de perfección que tengo en mi mente. Ese ideal, esa figura sin manchas, sin grasa, sin error.
La terapia arruinó ese camino.
Me hizo creer que podía querer este cuerpo. Este cuerpo roto.
Pero fue una mentira. Una trampa.
Me quitó lo poco que me sostenía: el hambre, la meta, el castigo.
Y ahora estoy perdida, intentando recuperar el tiempo perdido.
Y no hay nada.