Días negros
Otra vez este peso. No sé si es el cuerpo o la cabeza, pero algo está siempre más pesado de lo que debería. Me levanto y ya estoy cansada. Ni siquiera hice nada. Solo pensar. Solo existir. Y eso parece suficiente para agotar.
Estoy rara. Fría. Como apagada. Me alejo de todos sin darme cuenta, o tal vez sí, pero no tengo energía para explicarlo. Qué voy a decir, si ni yo entiendo lo que me pasa. Solo sé que hay una incomodidad constante, como una incomodidad de estar viva. Ni siquiera es tristeza. Es algo más opaco.
Me miro al espejo y me molesto. No debería hacerlo, lo sé. Me digo que no me mire más, que no sirve de nada, pero hay algo que me arrastra, una especie de necesidad de comprobar que sí, que sigo ahí, que sigo fallando. Y cuando me miro, ya sé lo que va a pasar: la voz. La misma de siempre. “Horrible. Gorda. Patética.” Ni siquiera me sorprende. Es como tener una radio prendida todo el tiempo con el mismo canal.
Y sí, lo sé. Hay cosas peores. Gente con problemas reales. Niños sin comida. Y yo acá, eligiendo no comer. Como si eso solucionara algo. Pero no lo elijo del todo, ¿no? Es más como que me lo exigen. Esa voz me lo exige. Me da órdenes y yo obedezco. Porque si no, se enoja. Porque si no, me castiga con pensamientos peores. Porque si no, recuerdo cosas que no quiero recordar.
No es solo un pensamiento, es una presencia. Una cosa que vive adentro mío. Que me habla y me convence. Que me dice que la terapia es una pérdida de tiempo, que estoy haciendo el ridículo, que la psicóloga se ríe de mí apenas salgo. Y yo… yo empiezo a creerle. No quiero, pero la voz es fuerte. Es clara. Y yo estoy débil.
Hoy volvió a ganar. Me dijo que no coma. Me dijo que no hable. Que no moleste. Y bueno, obedezco. Porque estoy cansada de discutir. Porque no quiero volver a sentir lo que sentí la última vez que le dije que no.
¿Morirme? No es que quiera. Pero si pasa, tampoco es tan grave. Tal vez ni lo note. Tal vez solo me apague, como una lámpara que ya no da más.
Sigo acá. No sé cuánto más. Pero sigo.